El otro día mi esposo estaba
molesto porque según él, es el único que pone disciplina en casa. Decía que
estaba cansado de ser el malo, el que da órdenes y regaña si no se cumplen; y
que yo sólo consentía y permitía. A mi me parecía que exageraba un poco y por
supuesto se lo hice saber. Terminamos peleando. El aconsejándome que me
observara y tratara de cambiar y yo diciéndole que estaba loco, que cómo se le
ocurría decir eso, que yo también soy una madre de reglas y disciplina.
Pasaron unos días de eso y ya la
pelea estaba olvidada, por lo menos de mi parte. Un día mi esposo tuvo que
viajar y yo me quedé sola con Lucas. Cuando eso pasa debo dividirme entre la
mujer periodista que trabaja 9 horas fuera de casa, la señora que ayuda con la
limpieza y lava la ropa al llegar, la cocinera que por más que se esfuerce
prepara una comida rarísima con algo verde que en la tienda llaman pimentón,
y que al niño le parece lo peor del mundo, la nani que viene por las noches
y lo ayuda a bañar, a vestir, a leer un cuento, y, finalmente, la madre que le
dedica tiempo, le da amor, lo estimula a comer, le inventa historias para que no se aburra
y por supuesto, imparte disciplina. Nada fácil, como ustedes comprenderán.
Debo confesar que en esos días
-normales para muchas mamás- las tareas domésticas me abruman. Estaba yo en uno
de esos momentos, recogiendo la mesa después de la cena y mandando a Lucas a
cepillarse y a lavarse las manos. Lo de costumbre. Tareas que uno tiene que
repetir una y mil veces para que se cumplan. Yo mandaba y Lucas se negaba, como
si jugaramos al "teatro de las reglas" y cada quien conociera muy
bien su papel. "Pero mamá,
¿por qué tengo que cepillarme los dientes?… ¿por qué es tan importante?… ¿y si
lo dejamos para otro día?… mamá, no quiero cepillarme los dientes… hoy no por
favor… ayer ya lo hice… ¿por qué tengo que cepillarme los dientes
siempre?". Yo contestaba desde la cocina, explicando y recogiendo vasos,
poniendo el lavaplatos a funcionar, recogiendo los juguetes del pasillo. Hasta
que me cansé y dije molesta: "sabes qué, si no quieres cepillarte los
dientes no lo hagas. Te cepillas mañana y ya. Por un día que no te cepilles, no
pasará nada".
Hubo un silencio en toda la casa.
Durante varios minutos no se oyó ni un respiro. Hasta que de pronto, Lucas vino adonde yo estaba y me miró con sus grandes ojos negros, más negros y más grandes que nunca. ¿Qué has
dicho mamá? ¿Qué no me cepille los dientes? ¿Tú quieres qué me salgan caries?
¿Quieres qué me lleven al médico de dientes y me pongan una inyección en la boca? Ah,
dime ¿Eso es lo que tú quieres? Pues ahora mismo voy y me cepillo los dientes.
Me quedé loca. Me senté en la
mesa con la mano puesta en la barbilla y por más que lo intentaba, no podía
salir de mi asombro. Entonces recordé a mi esposo cuando me decía que yo no
ponía orden ni disciplina, que era una mamá demasiado complaciente y
consentidora.
Hola Silvia,
ResponderBorrarHoy solo vengo a presentarme oficialmente para invitarte a mi blog. Apenas estoy comenzando y busco amigos para compartir un poco de lo que hago. Si te gusta y me acompañas también tendrás un nuevo amigo, si así lo deseas.
Saludos
Jacob K