10 de septiembre de 2014

Lucas y las cachapas


Mi niño chiquito tiene paladar venezolano. Le encanta comer todo lo que venga de mi tierra.  Desde pequeñito no ha hecho otra cosa que ver salchichas y kartoffelpuffer, pero él da la vida por una arepita caliente. 

El alma y el cuerpo entero se me llena de orgullo. No me canso de decir que es un niño venezolano de verdad. Aunque claro, para ser honesta debo confesar que a veces se le confunden los nombres y los sabores.


No hay forma de llamar a las cachapas, cachapas ni a los tequeños, tequeños. Por más que insista, esos nombres no logran quedarse en su cabecita.

Esta fue la conversación de la otra noche:

-¿Lucas, qué quieres comer esta noche?

-Hallacas, mami.

-¿Hallacas? ¿Cómo qué hallacas? Tú jamás has comido hallacas. 

-Si, claro que si.  El otro día tú hiciste hallacas.

-No, Luc. Imposible. Las hallacas no se hacen de un momento a otro. Las hallacas necesitan mucho tiempo para prepararlas y cocinarlas. 

-No te creo. El otro día tú hiciste hallacas y no tardaron mucho en estar listas. A mi me encantaron. Yo quiero hallacas para la cena, mamá.

-Lucas mi chiquito, créeme, tú jamás has comido hallacas. Tú ni siquiera sabes cómo son las hallacas.

-Que sí mamá. Yo se como son y las he comido.

-A ver, dime cómo son las hallacas.

-Las hallacas son redonditas como una panqueca… se le pone mantequilla por encima y queso… y se comen calientitas…

-Ah, esas no son hallacas… esas son cachapas!

-Bueno eso, yo quiero hallacas.

-Cachapas!

Y así, comenzamos todo de nuevo.

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