-Mamá, yo quiero tener un hermano
grande, más grande que yo. Que me lleve a jugar fútbol, que me enseñe nuevos
pases, que me acompañe y me busque en la escuela, que duerma en mi cuarto y
veamos juntos Star Wars. Si tengo un hermano grande, tú pudieras salir con papá
al cine y dejarnos solos.
Así comenzó nuestra conversación
de anoche. Lucas quiere tener un hermano. Pero no un hermano cualquiera, él
quiere que sea un hermano mayor. Los pequeños le resultan fastidiosos, “dañan
los juguetes“ y “se meten donde no deben“. Razones tiene muchas y todas las fue
sacando una a una de esa cabecita que a veces parece un sombrero de mago.
Sorprende, explica, argumenta e intenta convencer, aunque a veces le resulte
difícil.
-Los hermanos mayores no siempre
quieren jugar con los pequeños –dije. Los pequeños estorban. Estorbar es
sinonimo de molestar, de meterse donde no deben. Si tienes un hermano, tú serás
el pequeño y entonces seguramente molestaras.
-Yo no seré el pequeño, mamá. Ya
yo estoy grande. Si mi hermano es mayor, yo también seré grande y no habrá
problemas.
-Tú eres grande Lucas, pero al
lado de él, siempre serás más pequeño.
-Yo fuí la más pequeña de mi
casa. Tuve seis hermanos y nunca tuve la necesidad de tener un hermano mayor. A
mi me los regalaron sin pedirlos. A los 7 u 8 años, quizás hasta más, me
hubiera gustado tener una hermana-compañera, una hermana-confidente o un
hermano-amigo para salir juntos, para que me presentara a sus amigos, para
contarle de mis aventuras, para que me llevara al cine de siete. Pero nunca
tuve eso. Siempre tuve hermanos mayores. Hermanos mayores que se fastidiaban de
mi o querían desaparecerme porque les dañaba sus cosas. A veces tenían que
cuidarme o salir conmigo en lugar de salir con sus amigos. Muchos de ellos ni
siquiera me conocieron cuando era pequeña, aunque vivíamos en la misma casa. No
jugué con ellos nada, ni me enseñaron a bailar, ni a cargar muñecas. Eran
mucho, mucho más grandes que yo. Entonces Lucas, tener un hermano mayor no es
tan maravilloso como crees.
-Mamá, pero yo quiero tener un
hermano mayor. Seguro que mi hermano mayor sí va a querer jugar conmigo, porque
yo soy grande. Porque ya se jugar al fútbol y veo pelis sin dormirme. Yo no le
dañaré sus cosas. Además, ya se leer y cuando él no pueda dormir, yo le leeré
un cuento.
Entendí que el asunto se había
convertido en un deseo verdadero y no valía de nada todo lo que dijera para
tratar de aminorar las ganas de tener un hermano mayor. Así es que –cansada y
con ganas de irme a dormir- saqué mi mejor carta de adulto, el As que podría
vencer todo argumento.
-Lucas, cuando uno es el primer
hijo de su mamá y de su papá es imposible tener un hermano mayor. Mamá y papá
ya no pueden hacer un hermano mayor para ti. Tú eres el primero. Si tienes otro
hermano de papá y mamá, siempre será menor.
Silencio profundo. Mirada clavada
en el techo blanco de la habitación. Cara de “dejáme pensar cómo resolvemos
esto“. Hasta que llegó la frase que terminó la noche:
-Mamá, si eso es así... entonces,
¿por qué no me compras un hermano mayor ?